Tuesday, September 05, 2006

Relato

Un joven acudió con su familia y diversas personas a visitar unas cuevas antiquísimas.

Hacía casi 20 años que un hombre de montaña las habías descubierto y que a ellas había dedicado su vida. El solo y sin ninguna ayuda económica acondicionó la larga y tortuosa subida, proporcionó a la cueva de barandillas e iluminación y mejoró la entrada a la vez que interponía una puerta con cerradura.
Él mismo se convertiría en el guía turístico. Cobraría el precio de 8 euros. Ascendería por la montaña superando al grupo y una vez dentro, habiendo encendido el generador eléctrico, contaría su historia y la de la montaña:

Hacía más de 200 millones de años la montaña, dentro de la cual se encontraban, era una costa cubierta de coral. Movimientos tectónicos sumergieron y volvieron a elevar lo que un día estuvo bajo el mar. Con el paso del tiempo el coral se fosilizó mientras filtraciones vaciaban las cavernas paulatinamente de carbonato cálcico.
Las estalactitas y toda una suerte de sucesos eran testigos minerales de eones de cambios. Para los visitantes ellos parecían inmunes al transcurso del tiempo.

A medida que se internaban, el guía y descubridor comentaba las salas que él había bautizado.
Subrayaba lo singular de la localización y la importancia de conservarlo. Después de esto hizo una advertencia: Otros grupos habían sido expulsados por pretender arrancar partes de la cueva. Nadie de los allí presentes se atrevería a eso pero todos reprimían el deseo furioso de estirar el brazo y llevarse un pedazo de eternidad a su casa.

Mientras nadie le miraba, el joven que había acudido con su familia y diversas personas, se agachó simulando atarse los cordones. Con una mano revolvió el barro que cientos de personas habían pisado antes y se metió un pedazo maltrecho de coral fosilizado en el bolsillo.

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